Sierra Nevada de Santa Marta. Del 29 de marzo al 3 de abril de 2015.
Jornada inicial. Caminar en la montaña.
Nos recogieron a mi hijo Santiago y a mí a las 9am. De ahí a la oficina de la agencia a pagar lo que hacía falta y tomar los vehículos para llegar al Mamey, o Machete Pelao como también se le conoce, porque no es un sitio donde uno pueda alebrestarse sin que te amansen a machete. Además, fue punto fuerte de guerras entre marimberos, narcos y guerrilla. Allí se inicia la jornada.
El principio es suave, desniveles cruzando el río Buritaca hasta “la piscina”, lugar en el que hay suficiente profundidad para lanzarse desde una roca al agua helada, cristalina, realmente deliciosa. Sitios de baño similares habrá a lo largo de todo el recorrido. De ahí en adelante se cruza nuevamente el río y se inicia la primera gran escalada, “la amansa guapos”, por unos cincuenta minutos ¡Duro! Hicimos un esfuerzo atlético y nos sentimos bastante bien. Quizá me dejó un poco de dolor de cabeza, nada que unas horas de sueño no puedan reparar.
Terminada la subida volvimos a las ondulaciones hasta llegar a la empalizada donde pasamos la noche en hamacas. Llegamos a eso de las 4pm y como no hay nada que hacer, pues no hacemos nada. Me siento en una butaca, diríase “a fumar”, pero sin cigarrillo, es decir, a vivir la pasividad de la contemplación, como lo haría un fumador acompañado por el humo. Algo conversamos con los otros excursionistas. Somos 22 en total, no daré nombres porque no se requiere, fuimos una tribu, una familia de cuatro días. Dos hermanos con un sobrino de 16 años, uno médico y otro abogado, gente muy sintonizada, alegres y bacanes, cantantes, bogotanos como el ajiaco según se definen, con actitud. Una pareja con la hija que estudia en la Universidad de los Andes; la señora más adelante me regalaría crema analgésica para el muslo; ella tuvo que abandonar en el último campamento pues se lesionó la rodilla; bogotanos, pero él nacido en Icononzo, Tolima. Una pareja de catalanes, ella médica y él trabajador social, jóvenes, independentistas, estuvieron haciendo un trabajo en Apartadó y seguirán a otros países de por aquí. Una pareja de suizos de lengua francesa, arquitectos, visitarán Bogotá y el resto de Suramérica. Una francesa, graduada de administración de finca raíz, llevaba su diario de viaje, muy clara en sus decisiones sobre si quería fotos o no. Dos amigos de la zona cafetera, buenos viajeros, curiosos, tomadores de fotos, utilizaron cada uno dos bastones de caminante, compraron café en una cabaña. Una danesa muy joven, jovial, alegre, muy linda y con un estado físico descomunal, subía de primera y al final de alguna de las jornadas participó en un partido de futbol con los indígenas. Otra pareja, él escalador de categoría, quiere subir el Everest, ya trepó el Kilimanjaro y el McKinley en Alaska y ella no supe, pero ambos, como todos los del grupo, excelentes personas, me regalaron un diclofenaco en algún momento; los acompañaba la mamá de ella, la mayor del paseo, con unos 66 años pero firme para andar; después seguía yo con mis casi 60. Una señora de Pitalito, Huila, radicada en Neiva, de 57 años, todo terreno. Un estadounidense profesor de inglés en Barranquilla, viajero del mundo, subió el Kilimanjaro no hace mucho. Otro estadounidense, ingeniero, radicado en Medellín, independiente, callado. Los guías, Gabo y José, amables, profesionales en lo suyo, más bien parcos de palabras, buenas personas con las que te sientes cómodo.
Somos turistas especiales, una mezcla de deportistastas y aventureros, de esos que nos gusta dormir por ahí dejándonos sorprender por lo que venga, sea jaguar o zaíno, oír historias e inventar las nuestras.
La comida fue un suculento plato de arroz, pollo, ensalada y una chocolatina de postre. Como sobremesa, Gabo, nuestro guía principal, nos dio una charla sobre algunas costumbres de las etnias de La Sierra, todas de la cultura Tayrona. Los Wiwa, nuestros anfitriones en esta ocasión, los Kogui, los Arhuacos y los Kankuamos. Cada uno tiene un mamo, es decir, un líder espiritual que se encarga, entre otras cosas, de preparar a los jóvenes para iniciarse en la adolescencia y, además, les asigna una mujer mayor para que les enseñe todo sobre la vida, la convivencia en pareja y sobre la familia. Las jóvenes reciben una preparación similar. Después de esta preparación cada uno elige su pareja, pero también hay la opción de que el mamo la elija.
En los poblados hay dos construcciones más grandes que las demás, también redondas, como el sol y la luna, una para el mamo y otra para la saga (la mujer mamo) cada una coronada con dos troncos, que simbolizan los dos picos mayores de La Sierra. La de él tiene unas estrellas del mismo material básico de las cabañas, que es caña brava, la cual, para las paredes, mezclan con bareque; el techo es de paja.
Cuando los muchachos cumplen 18 años les asignan un primer demburro, que es el adminículo que utilizan para el mambeo. Consta de un recipiente y de un palo que atraviesa una piedra o algo así, todo lo cual sirve para mezclar cal, obtenida de moler conchas marinas, con hojas de coca e ir mascando y escupiendo de vez en cuando durante sus viajes. Les queda una sustancia amarilla en la boca, que se va diluyendo. La coca es un cultivo sagrado, con un sentido ritual y cultural, que da energía, pero sin relación alguna con la búsqueda de exaltación desaforada que se le da por la gente en las ciudades al producto del procesamiento de la hoja de coca con químicos. Cuando le pregunté a José, el otro guía, antes de la explicación de Gabo, qué era lo que llevaba y que en ese momento calentaba un poco en el fogón, me dijo que era un juguete. Flor, la encargada de la cocina, soltó una risotada.
La presentación de Gabo fue lenta, buscando las palabras con la ayuda de José, lo cual me hizo recordar el tono y la narración de la película “Los Viajes del Viento”. Es claro que el español no es su idioma materno. Cada etnia tiene su propia lengua, aunque entre ellos hay traductores con la función básica de que los mamos se puedan comunicar. Diría de pocas palabras, aunque en la noche les oí echar cuentos entre ellos.
Después de la presentación debemos ir a dormir, lo cual, siendo apenas las 8:30 pm, me parece un poco exagerado y me preocupa que a las 2 am esté sin sueño. Decido que el ideal es esperar a que sean al menos las 10 pm y así dormir las 8 horas sin mayor sobresalto. Para el efecto me dedico a escribir estas notas utilizando la lámpara de minero, elemento indispensable en estas jornadas, rodeado de la gran oscuridad del lugar y dentro del silencio, solo cortado por algún grillo y un gruñido ocasional de los perros antes de irse a dormir. El silencio y la oscuridad del campo cuando el cielo está encapotado. Nos dijeron que no hay planta eléctrica en ninguno de los campamentos, lo cual es sobrecogedor, magnífico. Nos contaron que por aquí hay tigre y puma y nos advirtieron que en las caminatas debemos concentrarnos y evitar pisar hojarasca o levantar piedras porque ha llovido y puede haber culebras y alacranes, pero todo dicho con la misma naturalidad con la que a uno le pueden advertir en Bogotá que es mejor mirar a lado y lado antes de cruzar las calles.
En fin, el día fue nublado, neblinoso, perfecto para caminar. En nuestros morrales tenemos todo lo que se requiere para sobrevivir estos cuatro días. Esto, constituye un retorno a las esencia de la vida, porque ¿Qué puede ser más fundamental que la sobrevivencia? ¡Nada! Por lo tanto, cuando hacemos estos “retiros espirituales” para llenarnos de lo esencial, estamos viajando a lo profundo del espíritu, aunque suene prosopopéyico.
Mañana debemos estar caminando a las 6 am, es decir, que nos levantaremos a las 5am con un café cerrero. Me siento muy bien. De hecho he roto por estos pocos días todo cordón umbilical con los tontísimos deberes que me corresponden a diario. No lo son tanto, ya lo sé, pero ya lo dije y así se queda. Y sí, “somos lo que hacemos”[1] Pero, en todo caso, hace mucho, mucho tiempo, que no me “desaparecía” totalmente de las llamadas y correos de la oficina. Aquí en La Sierra, aunque sospecho que podría no serlo por mucho tiempo, por la noche se duerme. No veo televisores, aunque por aquí ha habido colonos, cafeteros, taladores de árboles, guerrilla, paramilitares, antropólogos, arqueólogos, aventureros.
Un bicho me obliga a terminar esta nota que luego complementare. Volveremos mañana.
Dia 2
Cansancio. Una jornada muy exigente. Los larguísimos descensos (más que los ascensos, sí) han minado la fuerza de mis piernas y las rodillas están en situación crítica. Podría mañana amanecer gravemente lesionado y, para completar, tendremos otra etapa ciclópea. El bastón ha sido fundamental. Ya veremos cómo se dan las cosas.
Dormimos muy bien en la empalizada que ahora llamaré La Empalizada del Jaguar, aunque ayer no apareció el animal. A eso de las 3am me desperté por algún ruido y a partir de ese momento el sueño no fue igual. Además, a las 4pm comenzó el paso de mulas y el ajetreo en la cocina y la preparación de la expedición por parte de los guías.
Nos levantamos oficialmente a las 5am con un pito y a las 6:15 ya estábamos caminando. ¡Qué jornada! Empezó en serio con un descenso de nunca acabar. Después, subidas, después, bajadas, piedras, desniveles, “escalones” grandes, pequeños, irregulares, resbalosos los unos, puntiagudos los otros ¡de todo! La amiga de Nono, la española, dijo que en “en realidad no es tan difícil como uno se imagina, son más subidas y bajadas”; tiene todo mi respeto, supongo que es una atleta consumada y, por supuesto, más joven que yo (¿no es vieja, sería la expresión honesta?)
A las 9:30 estábamos en La Esperanza, campamento Wiwa, allí almorzaríamos a las 11:30. Mientras tanto, a descansar en otra piscina del río, de agua todavía más fría, refrescante. Nadamos con Santi, tomamos el sol. Creo que estamos cogiéndole el tiro a “no hacer nada” cuando esa es la opción. El hombre moderno vive, obsesionado con “hacer algo útil”, incluso cuando quiere descansar y, por supuesto, se va desquiciando. José, muy bajo y menudo, se sienta en una piedra y espera; en algún momento se dio un chapuzón. Su pelo es largo y muy negro, con facciones clásicas de Tayrona.
A las 11:30 almorzamos arroz, alverjas , ensalada de tomate, lechuga y cebolla; puede que algo de carne, ya no recuerdo. Siempre las comidas fueron excelentes en cantidad y calidad, fresca.
Después de almuerzo llegó “la subida” de la jornada. Más de una hora, hora y media, algo así. Aquí las cosas no se cronometran al “estilo ciudad”, sencillamente porque no hace falta. Cada cual va descubriendo su paso y ¡hágale mi amigo!, respire, disfrute la montaña. Y esto lo digo sin ironía, la verdad, a mi esta mezcla de paseo, aventura, escape, descubrimiento personal, meditación y deporte, me alimenta, me hace feliz, por eso lo disfruto en grande “a todo lo ancho y a todo lo hondo, en la periferia, en el medio y en el sub fondo”[2] pero, siento que no la tengo perdida aunque la arriesgue por el camino y aunque al poema no le cambie una coma. Es inexplicable, con la ayuda de Borges -aunque estoy citando a De Greiff ¡tanta cita, qué pedantería! podría decir que hay una contundente dignidad en “llevarla perdida sin remedio” y, por eso, “jugarla”, pero, tengo que aceptarlo, en la montaña, en medio de estos árboles colosales y palmas de sideral apertura verde contra el cielo, pájaros, vegetación húmeda, “culebras y cigarras”, horizontes de volúmenes superpuestos, arrieros y mulas que arrastran troncos que “le parten las piernas mi amigo, mejor oríllese, mire como tengo las manos rajadas de lidiar con ellos”, en estas montañas, digo, me siento vital.
No pude averiguar si una recua de mulas se puede o no detener por artes de arriería. Cuando se oyen venir en un camino estrecho, cañada a un lado y pared de monte tupido del otro, retumba la tierra y gritan a pulmón los arrieros, a veces escuchando música de un radio, a veces cantando, pero siempre con arrojo, machete al cinto, lazo a la mano y una energía que desborda cualquier concesión o manierismo, con perro andariego o no, estampa ya conocida, pero nunca es lo mismo la foto que la tromba de este conjunto de fuerza pura que se traga la montaña y claro, nos hace entender lo de “sobre mi caballo yo y sobre yo mi sombrero” aunque la frase no sea canción de arrieros sino de vaquería. Tampoco presencié cómo se cruza la recua que baja y la que sube, pero claro que se puede. Esta gente tiene reglas claras.
Los Wiwa, los Kogui, los Arhucos y los Kankuamos, son agricultores, gente que no colonizó, porque aquí nacieron, o, en todo caso, llegaron “antes de todo” y tienen un Dios –Teyuna-, una cosmogonía, un padre fundador, y saben, porque son sabios, que la Sierra es su madre protectora, por sus ríos, sus árboles, sus minerales y sus piedras y saben por qué están las ranas en el campo y comprendieron desde siempre que si La Sierra les da la vida tienen que honrarla como se honra a la leche que mamamos cuando de niños el instinto nos prendió de una teta, sagrada, por supuesto, como la vida misma, porque viene de un lugar que nadie conoce, aunque a unos y otros nos contaron mil veces que los ancestros de los abuelos tuvieron tatarabuelos y uno de ellos, más allá, mucho más allá, mil años más allá, dijo que sus ancestros milenarios le dijeron que en la antigüedad, antes de la sabiduría misma y del idioma, cuando no hablábamos siquiera pero las aves cantaban y el río estaba allí y era la vida, y la selva también y era la vida, y el mar y era la vida… y también la muerte, pero sin antagonismos ni miedo, porque la vida y la muerte son lo mismo, pues si no ¿dónde están todos los que ya murieron? si de ellos nos originamos, si son ellos quienes conocieron a los primeros, los que nos dieron la certeza del sol y la fertilidad del suelo, si es así, todos forman parte de lo que hoy somos, o mejor, somos parte de ellos. Por eso hay una tumba donde te entierran sentado, para que llegues mejor a dónde has de llegar después del viaje y por eso hay círculos sagrados alrededor de los cuales rindes tributo a Teyuna, que fue el primero, y le pides permiso para entrar y le prometes que lo harás limpio dejando en la piedra todo lo impuro, todo lo que te perturba y luego pasas a otro círculo y vuelves a pedir permiso para entrar a la ciudad de la oración, del rito, de la ofrenda a la montaña, pero es un permiso distinto, porque lo haces como un ser que comparte la pureza de los muertos que son quienes te regalaron la vida. Concedida la entrada, entras, en un razonable silencio, pero no se trata de no hablar, simplemente se trata de comportarte, no por el rigor de un mandato legal, sino por el alma del lugar, por su condición, porque no en vano allí tiene su nido, sobre un árbol altísimo, el más bello pájaro de la creación, la alondra de cabeza y cola de colores rojos y amarillos que intercambia con las cacatúas, loros y guacamayas.
Los Tayrona de La Sierra, al igual que los Wayuu de la Guajira, no fueron conquistados por los españoles, porque se replegaron totalmente, o se recogieron, los primeros en la Sierra y los segundos en el desierto guajiro. Tan pocas leyendas de oro y reinos habría que los dejaron tranquilos, si cabe la expresión. Se fueron a buscar sus Dorados al interior, a las tierras de los Chibchas, Panches, Quimbayas, Zenús, al Perú, a las selvas sin fondo, igual que la ambición que los motivaba. A todos les dieron cruz y espada, misas y coros celestiales. La civilización, esa aventura humana descomunal no es mala, pero en nombre de ella no se respetan algunas cosas y, menos, historias propias, las cuales pretenden ser absorbidas por la “verdad”.
Los colonos son otro capítulo en la Sierra. La fuerza que ya mencionamos nos recuerda la historia de la humanidad. La historia es irreversible y los que están, están. El “hombre blanco” expidió leyes y ahora La Sierra es un parque natural y la colonización y la tala están reguladas. El ejército, con postas estratégicamente ubicadas, vigila que la guerrilla no haga de La Sierra un refugio. Los guerrilleros llegaron incluso a secuestrar a un Mamo, el cual fue rescatado con la colaboración de los indígenas. Además, por esa época hubo un deslizamiento que taponó un río. El asunto se iba a arreglar con dinamita, pero el Mamo predijo que no sería necesario, pues el río, tal como efectivamente sucedió, arrasó con la tierra y las rocas y el asunto volvió a la normalidad. También hubo paramilitares, los cuales ahora parece que tienen sus organizaciones turísticas y trabajan como guías, tal como lo hacen algunos indígenas, que crearon una cooperativa: Tours Wiwa Wayuu, con la que nosotros viajamos. Estos tienen la ventaja de dar información como la que ya mencionamos y de permitir al turista una mirada a su cultura.
¿Cuánto les queda a estas etnias? Puede que mucho, si “la civilización” sigue la tendencia actual del respeto por las minorías, reservas, ayudas, de forma que sean las etnias mismas, cada cual a su manera y ritmo, las que decidan qué incorporan y qué no, cuándo cambiar o amoldar creencias y costumbres. Un médico que iba con nosotros le preguntó a Gabo cómo se curaban las garrapatas y la respuesta fue directa y genuina: con Baygón (el insecticida creado por la multinacional Bayer en 1973). Es decir, no hay rezos, ni aplicación de extracto de alguna planta ancestral. Como todo el mundo, cada cual va tomando conocimientos, expresiones, idiomas, “a su manera”. Oyen radio y tienen celular y van a de cuando en cuando a Santa Marta.
Cada vez comparto más con Gandi que todas las religiones son lo mismo, solo que algunas se comportan, a ratos históricos, con más soberbia que otras. Pero, con el debido respeto, humildad e ignorancia, no veo gran diferencia entre la purificación del Ramadán, el ayuno de Semana Santa católico, y la meditación y oración de todas, con el rito que practicamos en Ciudad Perdida con nuestros hermanos Wiwa. Para ellos la coca es sagrada, de seguro porque facilita la vida en un medio de gran exigencia corporal y para los católicos lo es el vino cuando el sacerdote lo transubstancia en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Terminado el ascenso, “ya pasó lo peor”, dice José. “Ahora son desniveles solamente”. Mintió, porque hubo 500 metros más o menos planos, pero después vino una larga hora de, sí, desniveles, pero cada uno de 20 metros de subida y su consecuente bajada. Finalmente el río, quitarse los tenis y las medias y ponernos los zapatos de cruzar río, para mi unos Crocs, para otros chancletas, tal como lo tuvimos que hacer ayer y hoy varias veces. Pero es una gran idea no mojar los zapatos y medias de caminar. También cruzamos el río por dos puentes colgantes con balanceo y que si te caes te matas, porque hay barandas pero la parte de abajo queda libre para ir a parar a unas rocas gigantescas. En este último cruce hay una tarabita, pero parece que se usa en invierno cuando el río está muy alto y, como estamos en verano, la dejamos tranquila. Ya estamos a 20 o 30 o 40 minutos, anuncia José con socarronería, “ya llegamos”. Y sí, el estimado fue adecuado, pero esta vez los desniveles eran desde la misma orilla del río, en vertical, por unas rocas mojadas y luego la bajada otra vez hasta la orilla. Finalmente unos desniveles moderados con un camino y, a lo lejos, el último campamento, de utilización común para todas las expediciones. Comedor, empalizada de hamacas, baños buenos, como los de todos los campamentos, pero, se entenderá, sin perfume, ni espejo, ni tina, ni jabón, ni bidé, ni secador de manos, pero buenos baños, limpios sin exagerar y algunos hasta con papel de labor. Mucho inglés, buena cantidad de extranjeros, quizá más que colombianos. Todas las hamacas a lo largo del trayecto están dotadas de mosquitero y cobija, pues hacia el amanecer se siente frío. La verdad, muy poco mosquito. Esto es sencillamente un paseo extraordinario, estoy eufórico, enriquecido. Santi es un gran compañero de viaje, pendiente, se sabe regular en el camino, paso muy firme en las bajadas. No voy a la piscina del río, Santi sí, yo opto por una ducha. Dejamos todo preparado para dormir y nos vamos a comer arroz con salchicha en porción de arriero, postre, algún comentario y para la hamaca, dentro de la cual, con mí linterna de minero logro escribir una buena parte de esta nota.
Tercer día.
A las 3am me levanto un rato, voy al baño, contemplo las estrellas y vuelvo para un último sueñito. Ya Flor y su hijo estaban en función preparando arepas. A las 4 suena el pito, desayunamos, escogemos algunas cosas indispensables y esta vez dejamos los morrales a resguardo del de la tienda, que es el mismo de las hamacas y las cobijas, posiblemente el dueño del negocio. Diría que esta gente cobra por el uso del lugar y la cocina, pero cada expedición prepara sus comidas. Por supuesto, nosotros no tenemos que pagar un centavo más, solo gastamos en bebidas y una que otra papa frita o chocolatina.
Salimos al linde del río y a poco andar encontramos los primeros de los 1500 o cosa así de escalones que deben subirse para llegar a Ciudad Perdida. Es una escalera empinada, con escalones no demasiado grandes, más bien, por el contrario, algunos son demasiado pequeñitos. Se llega a un primer conjunto de terrazas rodeadas de rocas, en una de las cuales hacemos la ceremonia de pedir permiso para entrar al lugar sagrado y dejando una hoja de coca simbolizamos una ofrenda y dejar nuestras cargas negativas. Meditamos por un minuto y pasamos a otro conjunto de terrazas en donde hacemos una segunda ceremonia. A partir de allí vamos subiendo hasta llegar al gran centro ceremonial donde está el sapo representado por una roca enorme. Podemos tomar fotos y disfrutar del paisaje por un buen rato. Tomamos un refrigerio.
El descenso, por esos escalones pequeñitos y resbalosos exige concentración, porque, además, es bastante empinado. Ya en el campamento base recogemos los morrales y partimos hacia el campamento Wiwa en donde pasaremos la noche. Llegamos al final del atardecer, casi de noche. El último descenso fue realmente duro porque las piernas y las rodillas no me daban más. Si no hubiera sido por el bastón no habría podido llegar. Pensé que realmente me había lesionado la rodilla, pero después de un diclofenaco y de un masaje en el muslo con una crema que me regalaron el asunto mejoró. Mañana, los que estamos programados para 4 días caminaremos unas 4 o 5 horas saliendo a las 5am. Los demás saldrán más tarde y solo harán la mitad del recorrido.
Cuarto día.
Amanecí adolorido, pero dentro de lo normal, sin impedimento alguno, con la certeza de que podría hacer el recorrido sin inconvenientes. Básicamente fue un descenso larguísimo, con algo se sol, pero finalmente llegamos a Machete Pelao dentro de lo programado. Todo bien. Buen almuerzo y vuelta a la civilización.
[1] ¿Gregorio Marañón?
[2] Porque como de costumbre, he releído a León De Greiff