Inesperado verso citadino y su injusta crítica.



Poema en el que se le canta a la ciuadad

La ciudad que recu

Pero.

Ahora que Transmilenio

Que café tomo

Que varilla verde

O amarilla

¿A dónde va?

A la 63

¿Con rima?

No, es verso

¿Es libre?

Es urba

NO

Es homenaje

Volvió el frio

Como es campamento

Es el río a descansar

Policía vigila

Monocorde alcalde

Progreso pleno

Abril no escatima

El esfuerzo

Se diluye la presencia

Nadie se impone

Televisión miraron

Unos sí

Otros trabajaron

Se baja la señora

Se sienta la monjita

Frunce el caballero

Sin sombrero, que no se usa

Saco sí

Abrigarse toca

El de los esferos los vende

No es ruta musical

Los compositores van en especial

Un café, una libreta

Antes de rezongar

Good Year ¡Cuánto te debemos!

Transportar y deslizar

Belleza rara

Motor y librería

Debéis caminar

La ceja alzada

Todo igual, todo cambia

Nevera y celular

Ansias de llegar

No todos

Habitante hay

Hordas caudinas

Griegos y latinos

…0…

Apreciado Ramiro:

Muchas gracias por compartir tu bellísimo poema y las fotos artísticas. Estoy seguro de que tienes una percepción innata de la belleza oculta en los quehaceres citadinos y nos revelarás un mundo inexplorado.

Si me lo permites, integraré esta obra a una colección de artistas nuevos que he venido promocionando, porque me llamó profundamente la atención la cautela idiomática y el respeto por el espectador, que no ha de sentirse manipulado ni acosado por el autor a pesar de la fuerza misteriosa de la creación. ¡Por Júpiter que lograste llegar a la esencia de lo que hacía falta!

El pasajero de Transmilenio podrá estar físicamente cansado y agobiado, quizá tenga picazón o sarna, pero nunca se olvida de su condición de trashumante, la cual rescatas con claridad universal.

No es requisito el encuadre o la luz, ni la exquisitez piscélica, tampoco la ridícula rima. Aquí se trata de ser arte cardánico en cuánto comunicación entre el alma humana y el espectador. Te felicito y quedamos en sintonía para una entrevista en el programa que lanzaremos en los próximos días en la emisora.

Sería bueno ver más fotos.

 

José Celestino

La Voz del Amparo

El Amparo, provincia libre de la región.

 

…0…

Apreciado señor:

Sinceramente creemos que su obra no corresponde a los estándares de esta editorial.

Le recomendamos inscribirse en una carrera afín a sus tendencias, a efectos de enmarcar sus ansias de crear en un enfoque literario creíble y estético. Incluso podría hacer un curso intensivo en un instituto de garaje.

O quizá tenga usted algún pariente que lo pueda orientar.

 

Cordialmente

 

Ernesto Caughnhat

Divulgación Literaria

 

…0…

Rami:

Realmente no entendí nada. Creo que estás confundido, no toda sucesión de palabras y fotos es poesía ni creación.

Sigue tu profesión de leyes en la que entiendo que eres más o menos bueno.

No tomes esto a mal, pues si hay alguien que te aprecia y respeta soy yo.

Por favor no envíes las fotos.

Segueler Arjauz Segur

 

…0…

Hola doctor Araújo.

Gracias por compartir, interesantísimo.

Un abrazo

…0…

Viejo Rami:

Usted sí sabe cómo es “la movida” con el arte contemporáneo. He visto cosas más horrendas y vulgares que han trascendido a “Pop de Art”

Un abrazo

Benjamín Sastaque Usme

…0…

 

Querido amiguito:

Le mostré la obra a mis compañeros de oficina y se “totiaron” de la risa.

Un beso.

Las fotos no llegaron.

Katya Cat Unga

…0…

Apreciado maestro:

El Consejo Editorial considera que si cambiamos un par de palabras al poema y le damos un poco de color a las fotos estaremos listos para publicar en el próximo número. ¿Nos autoriza?

At.

Sergio Stick Diet

El Pasquín de las Esquinas

…0…

Nota:

Como podéis apreciar, dilectos seguidores, el último poema ha resultado controversial. Por lo tanto, dentro de nuestra filosofía de sencillez aplicaremos aquello de que nadie es más porque lo alaben ni menos porque lo vituperen y le daremos al trabajo un lugar dentro de la ya extensa producción de autor.

A quienes se han despachado en denuestos por las redes sociales les advierto que: i) nada de lo que se diga contra el autor o su poema es un argumento para juzgar la creación artística; ii) nunca hemos admitido plagio ni tenemos necesidad de hacerlo ahora; iii) las influencias ¡quien no las tiene! son los más grandes maestros de la lírica y la fotografía contemporánea; iv) no opinamos que Gustavo Adolfo Beker sea el rasero de comparación, pero tampoco admitimos los calificativos de “payaso”, “inescrupuloso”, “ofensor de las letras y la  imagen”, “necio y desocupado que por hacer un recorrido en Transmilenio ahora se cree “la quinta teta de la loba” (¿Cuántas debe tener una loba?). En lo de que “se vaya a descansar y deje de escribir  pendejadas” no nos pronunciaremos, pero les estamos haciendo llegar otras opiniones menos pendencieras y las a “favor del bellísimo poema y las fotos artísticas”

Como anexo publicamos todas las fotos, es decir, las que acompañan el poema en su versión original y otras de airplane de los grandes.

El Editor.

 

Gusano, mi amigo

Gusano bajo la tierra, dormido o no, ahí está, ¿qué le digo?

¿Tomas café con leche?

Lo que me contesta es que él está ahí. Bueno, le digo, pero el frío, la tierra, el sol, los enemigos, el futuro, ¿cómo te aproximas a todo eso?

  • ¿!……!.. ?

Entiendo, tú estás ahí. Me desagradas ¿sabes?

  • …….

Es que estar ahí para mí es difícil. Porque debo estar quieto e incómodo, necesito el “pasar del tiempo”, no se “estar sin tiempo”. Un tic, tac, algo que se mueva y, además….. la incomodidad, el frío, los dolorcitos.

  • ¿……?

El miedo a la quietud de una camilla, de un tomógrafo, cosas así en las que solo se puede pensar, si acaso, pero asediado por imperceptibles incomodidades. Un poquitín de frio en la espalda, algo de saliva en la garganta, un arnés que aprieta el estómago y no deja respirar a plenitud, el pensamiento sobre el tipo al que metían en un gran toro de metal y le ponían una hoguera abajo para que se quemara poco a poco, o la posibilidad de que el tomógrafo se contraiga y te aplaste poco a poco.

Por supuesto, al sexto día puedes incluso dormir … pero ¿qué tal que se te olvide inhalar? No, la verdad, si todo empieza a parecerte cómodo ya el tiempo no importa.

¿Será que me estoy refiriendo a la agonía potencial?

  • ….

No, no digas nada, tú estás ahí, ya lo sé. Pienso si el santón de la India se pasaría igual todo el día viendo lejos si lo metemos en no, no en una nevera pero sí en una caja fría, ¿qué opinas?

  • ¡……!

Si no me explican cuanto voy a estar quieto, un poquito incómodo, no me siento totalmente tranquilo. ¿Debería? ¿Todos somos algo hipocondríacos?

¿Es esto?

Tú no sabes lo agradable que es sentirse a gusto con el cuerpo.

  • ¿¡……!?

Salir por la mañana y gozar del viento, o del sol, de la frescura del ambiente, de respirar y soñar con lo que harás………..

  • ….

En la ciudad, sí, también puedes interesarte en los olores, aunque yo no sea mucho de oler, no importa, los aromas, el olor, que no, no implica siempre “mal olor”, sino que son los matices del aire.

Sentirte delgado, que puedes contraer un poco la barriga y sentirte físicamente muy bien, como los Kung Fu de las películas, sentir que tus pasos son ágiles, que tu desplazamiento es maravilloso, que eres fuerte, que podrías ir de cacería …………. de gusanos ……….

  • ¿¡……!?

Y de otros animales, o también recolectar frutos y verduras para alimentarte y continuar sano, contento y cantar

  • ….

O silbar.

La cuestión es que allá en el fondo hay incertidumbre, pero, como piensas, divagas, entonces te “entregas” a lo indefectible y, para el resto, te apertrechas psicológicamente.

  • ¡….. ¡

Es el gozo vital y la tranquilidad filosófica ¿entiendes?

  • …….

Bueno, quédate ahí.

K16 Aeropuerto

K16 Aeropuerto

 

El día puede llamarse gris, pero fresco, más bien normal para la ciudad. Diríase adecuado para cuestiones urbanas, es decir, traslados en servicio público, consignaciones, entrevistas, elaboración de memoriales, cosas así, de monta, ni de poca ni de mucha, simplemente días de esos en los cuales uno puede caminar de vuelta a la oficina y pasar por enésima vez por el restaurante de pollo apanado del cual ni conoces al dueño, ni lo has visto, ni lo verás[1]; en realidad ni siquiera has entrado allí, salvo, quizá, una vez que entraste solo a mingir[2]

 

La cuestión es que este fue el día. El bus tren va por la avenida que referencia mi barrio entre el kilómetro 10 y el 15, hasta la otra, la que deriva al occidente y luego vuelve a acostarse hacia el sur hasta perderse en zonas desconocidas. En un punto discreto de la geografía urbana el bus tren tuerce radicalmente hacia el occidente, hacia el aeropuerto.

 

Para algo se hizo a filosofía, el pensamiento. Lo importante no es la meta sino el discurrir. Me explico, en la primera estación intermedia abordan un vendedor de esferos y un músico. El ciego sin una pierna y el que acaba de salir de la cárcel no lo hicieron hoy, estarán de seguro en otra ruta, la de La Caracas quizá. No todas las rutas sirven a todas las profesiones, eso ha de quedar claro.

 

El hombre de la música lleva su pista en un equipo colgado al pecho y canta con micrófono y parlante. No es Plácido Domingo, ni siquiera un canario veredal, pero, he aquí que tiene lo suyo. Por lo menos personalidad, producto de la necesidad, no ha de negarse, pero personalidad. El de los esferos, entre tanto, baja, pero es reemplazado por un exitoso vendedor de mandalas a quien no le va nada mal. El producto es interesante y a buen precio. Las lesbianas de enfrente le compran 3, la señora de allá 2, y adiciona un ejemplar de recetas de ensalada. La gente le pide algunos ejemplares específicos y el hombre responde como un profesional; tiene un equilibrio perfecto y no se desestabiliza por curvas o frenadas, bien sea en posición erguida con libros en la mano o en cuclillas buscando en el morral.

 

La primera fue uno de esos clásicos, digamos “alumbra luna, alumbra luna, alumbra luna, que ya me voy pa la montaña, llevo en mi mochilón café y canela, también mi corazón pa Micaela, cuando salga el sol en la mañana. Llevo también mi tamborcito pa entona un buen merengue…”

 

También se mandó La Gata Golosa y otros aires muy colombianos. El bus tren pasó entre los límites de los barrios de comerciantes a uno y otro lado, por edificios públicos, por la Universidad Nacional, por el Centro Administrativo Nacional, por el periódico El Tiempo, por la Hemeroteca Nacional, por un cementerio, por el barrio Antonio Nariño, por el barrio El Salitre, por el antiguo patio de los buses troleys. Dejó la izquierda el Centro Administrativo Distrital y le dijimos adiós desde muy lejos a los cerros Monserrate y Guadalupe y al edificio Colpatria.

 

Nadie tiene la culpa[3], pero me acordé de unas tardes lejanas en las que había andado por ahí atendiendo compromisos poco célebres unos y otros de celebridad media. Cosas pálidas, de las que uno se acuerda con sensación plana. Como esos potreros urbanos con el pasto siempre un poco alto. Idas a matiné, jugadas de bolos, alguna fiesta por la tarde, cosas que se recuerdan en gris. ¿Por qué de esa manera? ¡Vaya uno a saber! La urbe es un estado del alma…quizá. Cosas indefinibles.

 

Me llené de esa palidez extraña de memoria imprecisa y, en ese preciso instante, se me vino encima como lo hace la niebla en sus parajes, la certeza imperiosa de que aunque también la ciudad desaparecerá algún día, es más claro y contundente que dentro de lo que duró lo que ya se fue, digamos en unos 60 años, ya yo no estaré ni en el bus tren ni en parte alguna de estos recuerdos y nadie sabrá si hubo un pasajero que se iba de viaje e inventariaba la ciudad sobre la tenue brisa de un día que hemos calificado de gris.

 

Sentí el acoso de un rio interior del que no supe si saborear o avergonzarme. Y todavía faltaban algunas estaciones antes de mi destino.

 

Ahora recuerdo cuando estuve en Roma y caminé por entre esas ruinas legendarias y me hablaron de una señora que había vivido allí hace más de 2.000 años con un emperador que dejó unos arcos y conquistó otras urbes y anexó regiones lejanas para gloria de un futuro que ya hace cientos de años se volvió piedra que se vende para que mucha gente conquiste su propia experiencia de desbocarse hacia el infinito del pasado, como consuelo de que todos seremos un soplo imperceptible en el recuerdo milenario de la historia. De hecho a muchos lugares de Roma también se llega en tren o en bus y habrá un pasajero que inventará su propia nostalgia como una despedida en el idioma susurrante de la música.

 

[1] Y, sin embargo, un español te preguntará en Estocolmo si lo conoces, porque el hizo un curso en Caracas

[2] Lo que se hace en el mingitorio.

[3] Queriendo decir “nadie tiene la causa de”

Yoruba

Yoruba

Ramir Al Harajab

 

La sangre de caballo en una botella de Coca Cola no es normal en los aeropuertos, pero cuando adquiere el mismo color de la popular preparación pasa desapercibida.

Aun así, si estás sentado en el trono de un baño público y has dejado tú mochila con la botella de Coca Cola con la sangre de caballo en uno de sus bolsillos laterales y de repente un brazo nervudo y veloz se la lleva, puedes ponerte nervioso. No solo por la sangre, sino porque en algún documentos o en otros efectos personales aparecerá tu nombre.

Me arreglé como pude para ver de recuperar la mochila, pero, obvio, ya al salir del baño no vi a nadie con ella. Asumí que la habrían desocupado y que a lo mejor la encontraría en alguna caneca con la botella de marras. Casi nadie toma bebidas ya empezadas, pero, si era un especialista en el tema que me hubiera estado siguiendo, el asunto sería diferente.

El día anterior Yoruba y yo habíamos salido con las jeringas a desangrar caballos en los potreros que hay entre El Monumento a los Héroes y el barrio Polo Club, sección Los Álamos. Nos habíamos hecho hábiles y eficientes de jóvenes y muy rápido lográbamos insertar una jeringa en la vena del cuello de los animales y llenábamos una botella de Coca Cola de 600 centímetros cúbicos por cada uno; nos ocupábamos de unos 6 por noche. Casi nunca nos atrevíamos con el azabache que había matado a un gamín de un patadón en la frente. Nos las sabíamos todas porque veíamos muchas películas de vampiros y cosas de esas. Me acuerdo con nitidez de “Comanches a Caballo contra los Hijos de Lucifer”, una película protagoniza por Kir Sharton y Cjepa Toclina, la diva de la época, en la cual un viejo zorro del tráfico de sangre animal se suelta una verdadera y didáctica clase sobre cómo inyectar caballos en la vena del cuello y sacarles 600 centímetros cúbicos de sangre, bien para consumo personal o para la venta. En cambio, el pobre gamincito no sabía del asunto y se equivocó de lado, tropezó con la grupa del caballo y éste lo alcanzó con la pata derecha apoyándose en las patas delanteras en un asombroso y potentísimo corcoveo. Recuerdo perfectamente el sonido: ¡cockr! Y una cantidad de sangre. Esa vez corrimos como locos y cuando llegamos al barrio nos hicimos los que estábamos en la zona verde echando cuentos con las niñas de la casa de la esquina que habían salido por ahí.

Nos habían enseñado a tomar sangre rendida con masato casi podrido, lo cual, decía El Profe, aunque producía diarrea, generaba una fuerza descomunal y, sobre todo, nos habilitaba para ser parte del club de Los Bucaneros, una especie de secta de revendedores de sangre de caballo.

Con el tiempo, nos hicimos populares en el barrio Santa Sofía en el cual tuvimos clientes hasta bastante después de la muerte de El Profe. Ahora bien, debe aclararse que la salida a los potreros para obtener la sangre que llevaba en la mochila en el suceso objeto de este incidente no fue en la época juvenil, sino una aventura un poco fuera de tiempo ya de adultos, para satisfacer a un cliente ocasional. Casi diríase, que lo hicimos para generar una anécdota para los amigos, aunque algunos denigraban de nuestra antigua actividad por aquello de la reciente moda de defender a los animales, lo cual nosotros nunca consideramos ni siquiera como posibilidad intelectual, quizá porque no lo éramos; intelectuales, digo; nadie leía ni el periódico.

De todos modos fue una faena “como en los viejos tiempos”, diestra, aunque debe admitirse con melancolía que tuvimos afán. Nos bebimos 400 centímetros cúbicos cada uno y el resto lo entregamos a los hijos de El Maestro. Guardé una botella para llevarla al mar y venderla en el Mercado de Bazurto a Pitín Decabriaseau, un antillano que siempre quería ofrecer a sus clientes sangre de caballo de tierra fría con tajaditas de plátano verde y Kola Román.

Nunca me sentí traficante de nada y, además, Yoruba, con sus conocimientos ancestrales nos había desde siempre adoctrinado en que si el caballo no es maltratado la extracción le hace bien.

Sea lo que fuere, me dediqué a recorrer el muelle nacional revisando cada una de las canecas y observando cuidadosamente a todo los bebedores de líquidos rojos, morados y negros y a los comensales de comidas espesas del mismo color, pues sabía también desde antaño, que puede haber cambios de contenedor y que hay quienes la comen como gelatina o yogurt.

Observé detenidamente a un sujeto elegante con cara de vampiro que desayunaba con su graciosa y joven esposa y con los hijos, uno de 10 y otro de 5 años, todos educados, apropiadamente vestidos y de buenas maneras, lo cual constituye un cuadro típico para disimular la ingesta de sangre de caballo indebidamente adquirida.

 

Telefoneé a Yoruba, quien me explicó que lo más factible era que la mochila estuviera en una caneca, pero me recordó que en los aeropuertos las desocupan con frecuencia, por lo cual debería disimular y asomarme al cuarto general de basuras, en el costado noreste, primer piso, al lado del parqueadero de los montacargas.

Al darle la descripción de la familia me dijo que no perdiera el tiempo con ellos porque nuestra bebida los niños la han reemplazado por Milo y, especialmente, porque tampoco hay ahora vampiros evidentes a pesar de las muchas películas sobre el tema.

Mi instinto me dijo que no debía bajar al primer piso pues me pondría en evidencia. Por otra parte, reflexioné que si no había movimiento policial ni gente con los labios rojinegros el asunto no era grave y lo más factible sería asumir que el drama había terminado.

La cuestión era que sin la botella mi viaje no tenía sentido y, además, si llegaba sin el encargo en el mismo aeropuerto sería considerado como un inepto y me doblarían el pedido para la próxima oportunidad. Pero, por otra parte, si abandonaba y la policía había descubierto la sangre de caballo, al hacer el control final del vuelo me pondrían en la lista de sospechosos. Por lo tanto, decidí viajar y afrontar la cuestión ofreciendo un reemplazo con sangre de caballo de cochero, que no es lo mismo, pero tiene sus clientes.

Echado a mi suerte me relajé y produje algunos eructos para saborear la sangre bebida el día anterior durante la faena en el potrero. En eso ¡Que veo y oigo! La azafata del mostrador de Avianca levanta mi mochila y pregunta por el altavoz si alguien había perdido ese morral, a a lo cual inmediatamente levanté la mano y me dirigí a recibirlo. Todo estaba intacto pero encontré una nota que decía: ¡gran pendejo, si no lleva computador no disimule!, firmado por un tal Citio.

Llamé a Yoruba. Me dijo que al llegar comprara patacones y me fuera en taxi al mercado porque la fiesta iba a estar buena y que, para mi consuelo, él renunciaba a su parte.

…0…

Pablo

DE PEDRO A PABLO

Intermediario: Ramiro Araújo Segovia

Recordado Pablo:

Debo contarte que estoy totalmente curado y el psiquiatra me dio de alta.  Ahora ocupo el lugar que me corresponde en el mundo, sin complejos ni condiciones.

Por supuesto, hemos despachado más de 50 sesiones de terapia y he tenido que cumplir tres o cuatro programas para cambiar hábitos.

Por una parte, estoy comiendo menos, sin seguir ninguna dieta en especial.  Simplemente he adoptado “la religión” de jamás quedar lleno ¡que maravilla! Lo segundo ha sido abandonar todo pensamiento de protagonista, pero de esto quizá te cuente luego, no ahora.  En esencia, se trata de acomodarte pacíficamente como sujeto temporal, pasivo, gozoso y razonablemente aportante, pero limitado a “un granito de arena”…… o dos, a lo máximo.  Hemos hecho un inventario de logros por los que debo estar satisfecho.  Y ahora lo estoy.  Este doctor es una gran persona.  Me siento contento por haberlo conocido.  Por último, he dejado de escribir historias.

El médico me dijo que sentir ganas de escribir y no tener nada que decir es perfecto y normal, pero que, además, en mi caso particular, ya he escrito mucho.  Sea lo que fuere, me ordenó dejar de escribir y renunciar al título de escritor que tanto me halaga.

Tu sabes quizá mejor que nadie, con cuanta decisión y arrojo me dedico a las cosas una vez que descubro un punto de interés, por lo cual estoy seguro de que entenderás si te digo que ahora he descubierto un nuevo enfoque vital: no escribir.  El doctor me felicitó por esta decisión.

Te lo voy a contar en forma clara, con una que otra anécdota intercalada cuando sienta que ello es preciso para que esta enriquecedora experiencia que estoy viviendo sea una fuente[1] para ti también.

Bueno, pero no me malinterpretes.  No pretendo negarte el gozo de la utilización del idioma, que de manera tan intelectual nos permite el ejercicio de escribir, ni generarte angustia negativa, no. Sigue pues tus rutinas.  Esto que te cuento es personal, muy mío.  Tanto, que si lo comparto es solo porque se lo inteligente que eres y que le puedes sacar provecho a todo.  Además, ya sabes, a pesar de que no volveré a escribir, no quiero que pienses que soy indiferente.

Los primeros resultados concretos de esta nueva tarea, de esta nueva forma de vida, son los siguientes:

A)  Cuando llegas a una cafetería ya no sientes la compulsión de sentarte solo a leer, ni te sientes en la obligación de sacar un trozo de papel para describir la relación que existe entre esos dos señores, la cual, está claro, se evidencia inefable por lo gestos lentos del uno frente al otro, sin que lo sean de comunicación, sino formas del trato presencial entre personas que ya han pasado mucho tiempo juntos y durante muchas etapas de su vida.  Me aceptarás que se comportan en forma diferente entre sí dos ejecutivos que han tenido que viajar juntos a un proyecto, después de 15 días de estar en ello, a como se comportan cuando se sientan a hacer negocios por primera vez, o a como lo hacen cuando están cada uno con su familia.  La gente que ha compartido celda durante un año sabe a que me refiero.

B) Si lees un libro y la brisa que refresca el rostro de algún personaje melancólico te abre la imaginación para otras brisas y personajes, ya no tienes la obligación de tomar un medio de escritura para perpetuar la imagen dentro de tus circunstancias y experiencia.  En esto hay, sin duda, una liberación fascinante que te hace sentir la levedad que te mereces y de la cual te habías hecho esquivo por fuerza del oficio de escritor, el cual, además, quería enseñorarte del mundo para controvertirlo al menos como posibilidad narrativa, que es una de las especies más antiguas de revolución, trueque y pasión.

Ya tu sabes, es aquello de no dejar pasar tranquilo un tren, sino apropiárselo para cambiarlo por una locomotora vieja, humeante, atestada de carbón, que se anuncia con unos pitos y resoplidos, pero que tampoco son concretos, sino que pertenecen a varias de las películas que has visto, en las cuales el paisaje suave de la pradera cercada por lejanas colinas rocosas, es atravesada, por imperio de quien sabe quien inspiración, por una delgada línea que pronto es asumida por la máquina descomunal dentro de la cual rápidamente te hacen enterar que viaja una noble y emproblemada rubia con un destino precisado exactamente por un esbozo estético en movimiento captado para ti como espectador.

Tampoco tengo ahora ese deber obsesivo de cuadricular el tiempo y la realidad para desdeñar algunos de los cubículos pero asumir otros con la osadía de un observador perverso, un voyerista, por mencionarlo así, y ubicar en él a los tres jóvenes que se ríen viendo como son requisados los viajeros que entran a la sala de espera de un viaje en avión y someterlos, a los cubículos, a un viaje menos denso en cuanto a parafernalia técnica pero un poco más poblado de niebla bajo la óptica de algún escritor que suele ocuparse en extenso de ese tipo de cosas humanas.  Un Saramago, propongo, que requiere de más de 10 páginas para una primera exploración sobre la forma como un señor de 50 años, jubilado, emigrante, llega a un hotel de segunda categoría, pero aún con dignidad y gerente y botones y mucama, y realiza algunos procesos propios de su educación, estudios y situación ante la sociedad, que no haría un muchacho de veinte años que llegase a allí para presentarse a la universidad a la que se ha inscrito.

Ahora puedo oír tranquilo, otra vez, porque de niño ya lo hice, que hay monjes recluidos en un monasterio y casi confinados a una celda de paredes gruesas de piedra antigua, como las de la prisión de Edmundo Dantés, Conde de Montecristo, que como trabajo se dedican a cosas esenciales y básicas, como labrar la tierra unas pocas horas al día y el resto del tiempo lo reparten entre leer despacio, muy despacio, algunos pasajes bíblicos o de autores escogidos por el fundador de la comunidad, tales como Teresa de Jesús, y a orar.

Digo pues que ahora puedo escuchar tales relatos sin iniciar de inmediato la exploración denodada de la historia detrás del monje o, por lo menos, de las penurias de quienes construyeron la edificación en la cima inverosímil del gigantesco peñasco al cual sólo podrá ascender quien tenga autorización de los allí congregados.  De seguro, diría el escritor, que en aquellas húmedas y oscuras habitaciones convivirán el líder que impone la sabiduría ascética por verbo o reciedumbre ejemplar y el inculto que se arrima por ignorancia o comodidad.  Y no solo diría, sino que de seguro emprenderá un viaje absurdo y estoico para acercarse a esas extrañas convivencias y salir de allí, dirá, enriquecido por la milenaria historia de quienes renuncian al mundo para allanar a otros el camino hacia Dios, pero también para aceptar un debate sobre si hay un Dios que requiere que le allanen a sus hijos el camino a su morada o sobre si hubo monjes tan ambiciosos que enterraron vivos a los superiores de alguna época para años después gozar de tesoros o conocimientos.

Porque recordarás los dibujos en relieve de los jarrones de arcilla o porcelana, en los cuales evidentemente se nos ilustra sobre cómo algunos de estos monjes de riscos inaccesibles ya practicaban el paracaidismo por los años 650 a 1110 d.c.

Tu abuelo, viejo lobo de mar, curioso siempre y atigradísimo, en su célebre libro “Aires de Ascenso y Descenso en la Antigüedad”[2] nos explica que esos paracaídas eran fabricados con cuero liviano de camellos y otras bestias apacibles de las cercanías, a los que sometían a ardides de montañistas para adelgazarlos de tal suerte que el cuero fuera casi transparente pero aceitado, con lo cual, al morir el animal, se destazaba con habilidad, se retiraban las vísceras y con los mismos huesos se trataba dicha piel o cuero, hasta darle la textura que convenía.  Después de recolectar entre una docena o veinte cueros de estos, pasaban los monjes a trefilar lianas húmedas de plantas jóvenes con tripas de aquellas bestias para lograr cuerdas flexibles, pero resistentes, para hacer con ellas el parapeto para el direccionamiento del paracaídas y también colgar de allí el arnés o sillín en el que descendería meditando el monje.

En los rollos antiguos de los historiadores más confiables de la época dorada del paracaidismo desde roca en el área de los monasterios griegos y turcos se consigna con precisión digna de todo crédito, que en las tardes estivales, cuando las campiñas aledañas a las breñas monacales gozaban de viento fresco y visibilidad adecuada se podían divisar hasta 40 monjes planeando cual “aves benignas” disfrutando la paz del más dulce de los movimientos hasta ahora clasificados por el hombre”[3]

C) Si encuentran que algo no responde a un razonamiento crítico, ni se acomoda a la lógica elemental, pero que, sin embargo, se impone por sobre cualquier intento de argumentación, ya no te sientes en la obligación de plantear una explicación no racional pero sí fruto de la credibilidad sentimental.

Te liberas, por tanto, de explicaciones sobre el silencio de la historia tradicional sobre el paracaidismo anterior a Leonardo Da Vinci y dejarás el campo a los antropólogos o historiadores que sabrán, de seguro y sin titubeos, pergeñar recias disquisiciones sobre la autenticidad de las ánforas con relieves y rendirán sus elucubraciones y, en una cita de pie de página polivalente y bibliográfica, dirán si los etruscos también volaron o no.

La diferencia, por tanto, es clarísima y nos coloca en una situación psicológica avanzada, libre de pretendidas creaciones, para dejarnos gozar del frío, o del calor, sin condicionamientos racionalistas.  Y te das cuenta entonces de que no es indispensable pasar de los monjes voladores a los ogros paracaidistas que se peleaban en el Medioevo con los dragones y los arcángeles por el territorio inhóspito de los reconocimientos populares.

Es apenas natural, y no debería casi nombrarse, que el no escritor es un ser humano comprensivo y relajado, sin pendencias esquizoides ni artificios inútiles.

Porque no te importa ya si el paracaidismo fue cantábrico o griego, porque, claro, las posibilidades se reducen a la autenticidad de unas ánforas no sometidas a la prueba del carbono 14.

D) Desde el punto de vista empresarial, por otra parte, el ambiente que tu aportas al trabajo es de colaboración, de “dar y recibir”, de tratos “gana, gana” y no de la tensión propia que generan los escritores con su egoísmo inconmensurable, que todo lo quieren despojar de un sentido comunitario para personalizarlo hasta el extremo de pretender entregar nuevas verdades, como si con la verdad de la existencia y sus dificultades no fuera ya más que suficiente.

Así, no solo es sano para el espíritu, sino beneficioso para a la comunidad abortar toda toxina distorsiva, a lo cual siempre conduce la enfermedad de los escritores.

Porque, además, no se conforman con registrar los sucesos y, si acaso, acompañar opiniones, sino que pretenden replantear la vida para insertar paralelas que nadie ha solicitado.

Está demostrado que generan mayor valor agregado y son más competitivas las empresas, económicas o de las otras, en las cuales los escritores se han logrado mantener a una prudente distancia.  A contrario sensu, se ha podido establecer que las organizaciones, sociedades, países y gobiernos, en los cuales uno o más escritores han permeado la realidad, se hacen confusas, inclinadas al conformismo y, sobre todo, mucho más lentas en salir de productos caducos o de larga maduración.

Es el caso, para citar un ejemplo, de la fábrica de cámaras fotográficas Catton Inc of Japan, la cual presentó índices de ventas y retorno de inversión destacados entre los años 1980 a 2.000, pero a partir de allí, cuando uno de los accionistas transgredió la disciplina de las actas y optó por la tal “creatividad” egoísta del escritor, todo ha tenido un crecimiento negativo.

Porque, en resumen, ¿qué necesidad tenía Otawaska de plantear en un cuento que el origen de la fotografía se remontaba a la época en que la energía de los volcanes estaba constituida por partículas inteligentes que reposaban dentro de la oscuridad de los aposentos de las cámaras fotográficas, pero que se reproducían en fotones, igualmente alegres, cuando la situación se exponía al ataque de la luz?

La empresa ha batallado desde entonces para demostrar que las células fotogénicas no existen ni son la mínima expresión de los nomos y duendes quisquillosos, pero la gente del común ha decidido detener sus inversiones en cámaras fotográficas para dedicarse a esperar si las minúsculas luminarias del imperio organizado del reino de la oscuridad logra conquistar a las huestes petulantes de la luz.

¿No te parece que hubiera sido más sensato haber incrementado las utilidades como era lo real y conveniente, que ensartar a los cuadros directivos en disquisiciones sobre los peligros o beneficios de que el país de la oscuridad triunfare sobre las evidencias de una luz hiriente pero atestada de parsimonia?

Pero claro, cometido un error de esta naturaleza la batalla se desata y por más que se expidan medidas restringiendo o, incluso, prohibiendo el uso de armas en batallas intra cámaras, todos los implicados, ejércitos y portadores, quieren ser mensajeros del bienestar y, en consecuencia, esto no genera crecimiento sino molicie y debilidad.

Como capítulo aparte te puedo contar que en la sesión de terapia No. 33[4] , que se desarrolló, por recomendación de la enfermera auxiliar No. 2 del doctor en el sitio Punta Canoa, sobre el Mar Caribe, en cercanías de Cartagena de Indias, el doctor y las enfermeras decidieron como forma de terapia para ayudarme, relatarme a varias voces las penalidades que ellos, como grupo, habían pasado frente a la sociedad por presentarse como equipo sentimental en un congreso al que fue invitado el doctor.

De hecho, los organizadores no aceptaron que mi psiquiatra apareciera con su esposa y siete enfermeras, todas lindísimas, provocadoras y semi desnudas, como la empresa Horacia, Veleta, Cornisa, Pedagos, Arsenio, Comala, Medida, Mackhete y Sodarno Asociados, ni, por supuesto, concedieron al doctor el pedido de que se les asignara a todo el grupo un solo cuarto con una cama muy ancha en la que pudieran descansar y dormir todos juntos en cualquier momento, por razones de la conferencia y el trabajo que habían preparado y cuyo vídeo entregarían a los asistentes del congreso.

De hecho, en vez de sentarse a la mesa uno al lado del otro, como es lo usual en los congresos, llevaron una silla armable en la que se podían acomodar uno arriba del otro y, con un artificio de poleas y adminículos electrónicos podían lograr que el doctor, durante el almuerzo, según los requerimientos de la conversación, pudiera cambiar de puesto en la torre.

Uno de los asistentes se abalanzó con un hacha a destrozar la estructura de la torre y fue necesario que quien ocupaba la parte alta soltara sobre el atacante una bola de acero que se mantenía siempre en la parte superior de la torre junto con dos litros de aceite hirviendo, para utilizarlos a discreción en este tipo de situaciones.

La potala fue decomisada y el aceite se destinó a la cocina del hotel y los heridos fueron trasladados a donde pertenecían.

El doctor y las enfermeras, que son gente seria y madura no dieron declaraciones a la prensa escrita ni a la radio y, como era de esperarse, el asunto, en cuanto cotilleo, languideció sin demasiada motivación.

Para que tengas una idea, imagínate que en cada sesión de terapia había diecisiete o dieciocho sucesos de originalidad y sustancia similar de los cuales uno podía hacerse partícipe o no sin ofender a nadie.

En otras sesiones había música, cigarros y laxantes, por los poderes curativos de la limpieza del estómago, o películas, o monólogos.

En cuanto a los ejemplos que pueden destacarse, se citan en la literatura especializada[5] casos como el de Panchini, escritor Cuenqueño, quien se liberó de contar que en los Altos del Cachimir vive un señor al que el pelo le crece a una rata de metro por día y a la señora de metro y medio también por día y que entre los dos abastecen cómodamente el único almacén de artesanías de cabello humano que funciona en Perú, porque, además, tienen variedad de producto, en la medida que no es el pelo de la cabeza el único que les crece con esa feracidad,  sino que también lo hace así el de las partes, las piernas, las axilas y la nariz.

Bueno, ya me despido. Salúdame a los tuyos.

Pedro.



[1] He dicho “fuente”, sin explicarte de qué, porque en estos meses he aprendido que ofrecer a otro una fuente, así no sea de algo en especial es maravilloso, útil y poético.  Por supuesto, no soy ajeno a que tu tesis de grado fue sobre la inspiración poética de Sor Juana Inés de la Cruz.  A propósito, te recomiendo le libro “La fuente y la Ventana, Experiencias Paralelas”, de Guy de Fragavachtecour.  Ya sabrás porque lo hago.

[2]Editorial Bonniutu, Lima, 1968

[3] Papeles de la tradición monacal.  Segundo sótano de la abadía de Trepabonita.

[4] Tengo todas las sesiones debidamente redactadas, foliadas y con índices generales, por materia, con citas de pie de página y resaltadas con tinta roja, en especial los aspectos más emocionantes.

[5] Se puede consultar variada y extensa literatura en la obra “Variada y Extensa literatura sobre casos relevantes de beneficios comprobados en Escritores que dejaron de escribir por recomendación psiquiátrica interactuante.

-VAJEXLISOCAREPBECOMENESQUEDESCRIPORECPRINT -, — VASINT–,

Tacronet, Viscorov K., Edit. Poush, Saravejo, 2003.  Reproducido con licencia reg. 14781012. C4T2 por la Universidad de Cataluña Departamento de Varios.  2004.  Traductor:  Malinkor Pérez H. (Lic. 47 MinRel. Exteriores de Colombia)