Sermón de la misa de Ayerbe-Caribdis.

Le pregunté al predicador qué le pasaba, que por qué parecía arrancarse la Bolonia y esto me contestó:

No sé cuántos nuches caben en la pelambre.

No sé cuántos ácaros intransigentes se meten en mis pies desde los hediondos pisos comunitarios de las pensiones decadentes desde donde escribo.

No tengo idea quien lleva la estadística de las pequeñeces nano tamañas que anhelan comer mis despojos. Yo solo me rasco y me prescribo. Es decir, nosotros somos el microbio que desvela a Dios cuando se desvela y envía a que le compren gasolina para echarse en los pelos urticantes.

Retiro lo dicho, es una broma. A dios no le da rasquiña, lo dijo Pablo en una cueva pulgosa, donde asediado por los insectos se percató de que la Apocalipsis entraba en reversa e iracundo maldijo a todo bicho y predijo la sarna eterna como castigo a la existencia.

Son estas sandeces las que oscurecieron a Zaratrusta, otro hijo lleno de chacras mal olientes, que murió asfixiado por un pedo esquizofrénico de un alacrán parasitario.

De Adan no escribo porque me matan, pero cómo sería de lombricero, que resolvió que en el cielo cada uno tendría dioxogen y curitas; cuánto diosecito maricón que se rascan el orto con las uñas después de quitarle el cutre a los caballos.

Multitud estereotipada e insulsa que se reúne en los sagrados templos a escarbarse la pelambre como cucaracha en madriguera, con el desespero de quien no resiste el épico embate de miniatúricos cabezones que se les meten en la faltriquera.

Desgraciados rascachines sucios de meaos, yo os maldigo insípidos sabiondos anhelantes de poesía; cumbiamberos repelentes, bomberos amanguerados, políticos dicharacheros, os digo que os atengáis y predigo que los ácaros sacarán vuestra mollera y se os caigan las orejas por no lavaros las manos antes de esparciros miel de abejas en el Triángulo de las Bermudas.

Amén.

…0…

Apreciado:

¿Esto es lo que haces?

Aprovecha el tiempo desgraciado.

Simón Barberi

De acuerdo, lo retiraré.

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